Cosmonautas en este espacio.

08 mayo 2011

María.

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Soy un nudo de olores a ti, un desierto camuflado de silencios que se enmarañan a tu álgido reflejo. A través de mi ventana puedo ver la lluvia caer sobre el banquillo del parque, y tocan a la puerta varias sombras del pasado, quieren escucharme hablar de tu lejanía, por ejemplo de la última vez en la que nos dijimos adiós, atándonos en un poema. Sólo quiero lanzarme al abismo tu recuerdo, sólo eso y nada más. Desde un principio pactamos no enamorarse uno del otro, pero he de decirte que he fallado, precisamente esa es la razón de mi carta, quiero que entiendas el por qué me he distanciado de ti en estás largas noches de invierno.

Todo empezó en un simple bar de la ciudad de Madrid, sentado en la mesa número cuatro, junto al tocadiscos, te vi coqueta en un cielo crepuscular, llevabas puesto un traje de gala azul, zapatos tacón negro y un hermoso dedal en el que está inscrito tu nombre, ¡ha der ser muy bello habitar la bóveda celeste!. Con el ajetreo del día y varias papeletas por vender no tuve las agallas suficientes para acercarme un poco a ti, a tu aurora, a tu luz. Eres hermosa María, lo sabes, tus ojos color miel deslumbraban sinceros amaneceres, tus manos descifran el complicado código de mi piel, tus labios son la almohada en dónde descansa mi verso, allí he plantado mi ser, allí me he olvidado tantas veces.

Soy un tonto que aún no se convence de la fragilidad de su amor nocturno. He de confesarte María, que no soy nada, respiro porque aún tengo pulmones, lloro porque aún tengo mis ojos, grito porque aún tengo mi boca, escribo esto porque aún me quedan mis dos manos, pero sabes bien que me hace falta algo, que aún no estoy completo, y tu María complementaste eso que la razón no entiende. ¡Afortunada  es la noche de tenerte como su estrella! una estrella y sólo eso.

Quién se iba a imaginar que una simple estrella brillaría tanto esa misma noche, te abrí el balcón de mi alma para que entraras victoriosa a mi corazón, y así fue como todo en mí comenzó a tener sentido. Pasamos juntos varios otoños, yo escribiéndote como siempre, pero es que mis ojos están ebrios de ti, ebrios de verte danzar encima de mi oasis. Recuerdo también la primavera, las flores, las uvas, y el velo oscuro que encubría tu rostro. Llego el día, la tarde, y la noche no llegó.

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