- ¡Mírame cuando te hablo! ¡Mírame las rodillas, las piernas, las manos, la boca, la nariz, los ojos! ¡Mírame el alma! pero ¡Mírame! - Y es que sólo tengo unos minutos para hablar conmigo.
-No me mates ahora cuando empiezo a comprender tu carne.-
-Sería inútil hacerlo porque ya estás muerto-
-Nunca he estado muerto, callaba mientras te miraba en silencio, este silencio compartido entre letras que parecen notas cuando escribes e intentas suicidarte.-
-El suicidio es la única puerta a una nueva vida-
-¿Vida?, le llamas vida a morir-
-La muerte es como un niño que me espera en la escalera y ve nevar mientras te escribo-
-No me escribas más entonces, cada trazo me va dando vida, y es tu vida la que está en riesgo-
-No pienso dejar de escribirte, mientras más te escribo, más me entiendo, y más me lleno de vida-
Retiro la mirada y renunció a la cordura que me doblega las piernas y me hace caer como víctima en su sencillez de madre sustituta. Levanto este corazón vacío y se lo entrego al viento para que en sus vértices se graben los susurros de está última noche en la que me confieso frente a sus ojos. Aún recuerdo la primera vez en la que salí a pescar estrellas en ese mar infinito en el que mi corazón volaba, y los grillos parecían que escribían mi nombre entre las hojas, como anunciando mi último suspiro, mientras te escribía en silencio y tu callabas tus manos.