Cosmonautas en este espacio.

14 junio 2012

ENCUENTRO.


Insólito instante en el que el alba golpea el sueño, quema con fulgor la existencia, luego como por antesala el despertador chilla indicando las cinco de la mañana. Debo levantarme, hacer los rituales previos al despegue, sacar del lavabo los zapatos de ducha  que en la noche anterior había echado en remojo, no por ganas propias sino por curiosidad a ver si se arrugaban como los dedos de la mano, como los dedos de los pies, como se arruga el alma a veces cuando llueve.  

La primera circunstancia por no decir obstáculo y recaer en lo repetitivo, es que precisamente no tuve agua ese mismo día, por un momento se cruzó por mi cabeza la idea de salir desnudo a la calle y pedir un baño prestado, el de mi vecina, la rubia de ojeras prolongadas, senos perfectamente levantados a la altura de su cuello, curvas como carreteras que iban directamente al infierno. Como hechos  que se desencadenan el  acto anterior podría llevarme a un juzgado en el que seguramente me tildarían de loco y me imputarían los cargos de exhibicionista; en todo caso no tendría el dinero suficiente para costearme un abogado que sepa de rubias y desnudos.

Giré la llave y en vez del líquido cristalino cayó una nube de polvo que cubrió por completo mi rostro, la misma que cubre con recelo las paredes de la casa. Me avivé entonces a poner en práctica las clases de karate, salí dando botes hasta encontrar las escaleras, me arrastré  a ciegas por el barandal tratando de esquivar el vértigo que me producen las mismas, así pues llegué abatido hasta el sofá de terciopelo azul en el que yacía mi camiseta a cuadros. Con un ligero movimiento de manos me la eché encima y apresuré a anidar los doce botones perfectamente añadidos a la costura, no tuve más remedio que repetir una y otra vez el mismo movimiento, pues nunca he sido bueno en eso de abotonar, pero existen a quiénes éste procedimiento les resulta pan comido y lo adoptan como un deporte.

Ese día, lunes, la lluvia golpeaba rítmicamente el pavimento, pareciera que el cielo se consumaba. Afuera y con el ánimo de tapar las grietas emergentes en el tejado, distribuidas por todo el garaje una cantidad inimaginable de cubetas rebosadas de agua le hacían pasarela a mi automóvil; mientras tanto yo buscaba las llaves del coche con  el cual me abriría paso hasta el trabajo.

Las horas punzaban salvajemente mi estómago, tenía tanta hambre que pude haberme comido las tres cuartas partes de una vaca, la misma que en esos instantes danzaba ante mis ojos. No tuve el tiempo suficiente para desayunar un merecido plato de huevos revueltos con una pieza de pan, acompañado de una espumeante taza de chocolate, quizá esa sea la causa de mi delirio,  ni siquiera tuve el tiempo que  es requerido para afeitarme la barbilla, y con eso lo digo todo.  

Estoy seguro de que alguien en estos momentos estaría deseando tener el trabajo que por desgracia yo poseo, no es fácil  en definitiva ser el asistente de un alcalde, acompañarle durante  todo la mañana en sus reuniones absurdas de las que no sale ni un pedo, verle verter por su hocico cantidades excesivas de cafeína, oírle toser nubes olorosas a cigarrillo y mierda mientras se esfuerza por controlar el  párkinson; al final en un intento casi que heroico le observo firmar tratados y leyes, acto seguido, se la lava las manos, camina hasta su camioneta blindada y sigue como si nada hubiese pasado. Mientras mis meditaciones filosóficas y políticas levemente se acercaban a una falacia, ví asomar bajo la cama el mango de las llaves, me agaché para tomarlas y en eso oí como el pantalón se rompía causando una abertura tan larga como la cordillera de los andes, en la que fácilmente mi mano iba y venía sin problemas. Remendarlo me llevaría horas, de eso estoy seguro, así que tuve que improvisar usando una bermuda del mismo color para cubrir el penoso agujero.

Finalmente listo para partir, sentado en el auto con un pie en cloche y otro en el freno giré la llave dos veces a la derecha, no pasó nada, dos veces a la izquierda, no pasó nada, golpeé abruptamente el volante y en eso escuche bramar el motor del carro, adapté los tres espejos a mis ojos, solté el freno de mano y cuando estaba a punto de salir pensé: Hoy es un muy bonito día para caminar.

1 Comentarios:

Anna Bahena dijo...

Wo! Andrés amé ese final, a pesar de ser lunes y la extenuante compañía de esos famas, es verdad, finalmente siempre en un bonito día para caminar, salir y asombrarse de las calles, de las formas, de la vida.

Un abrazo.

Anna B.

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