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los vacíos que esclarecen en su ausencia
como todo un buen hombre que ha cargado
 con su sombra en los tobillos
y que le pesa
como la eternidad en sus manos.
no tengo más que la pregunta vaga
del paradero de mi cuerpo
¿a dónde fue?
¿quién es ahora?
¿con quién convive?
cada pedazo de sus piel se ha ido con el viento 
a buscar otros otoños en donde derramar 
su amor seco
llevándose consigo la esperanza y el mismo espíritu.
quizá se fue volando 
quizá fue un pasajero
en el vagón de medianoche
cuando de la mansa oscuridad brotaban
las calles profundas.
acá desde mi propio grito me es difícil convivir 
con la soledad que me concurre
 y que como buena dama 
me  ofreció su veneno.
acaso no recuerda las horas entrañables 
que pasamos junto al beso
acaso  no recuerda la voz del trueno invencible
y que extraña
 como el pájaro extraña el cielo. 
así con sus desiertos y océanos negros 
de tinta franca
aprendió a caminar por el juicio 
del parpado aguado
que me lleva y me conlleva
en su ciénaga.
se fué y olvidó llevar
los zapatos azules, 
las camisa de cuero humano.
y al sujeto que habitaba en el
lo ha dejado hiriente
al borde de su propia agonía.
 quizá me necesite
yo por ahora no le necesito
y si soy sincero
no le necesitaré nunca más
pero 
¿a dónde fue mi cuerpo después de amado?
dónde está
quién los usa
y sobre todo 
en que labios aprendió a volar.
 Andrés Mauricio Suárez Acevedo.


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