Salí a caminar con la noche desbordada,
con un río de estrellas vacías,
sin poetas
y sin amantes.
Salí a caminar de la mano con tu recuerdo,
con la tenue luz de un farolito alumbrando
la tristeza, el llanto urgido por la lluvia.
Salí a caminar con todo el amor de golpe,
con el tiempo mordisqueando los talones.
Salí a caminar con el olvido acechando
el rastro
de aquel vuelo que deja el beso
después de muerto.
Salí a caminar y encontré tu casa.
Recinto de palabras,
cajón de besos
y abrazos indomables.
Te extrañé entonces.
No como se extraña un amor,
sino como yo te extraño
cuando salgo a caminar,
con la brisa
dentro de los bolsillos,
y el susurro de tu nombre
en mi memoria.
Frente a la ventana de tu cuarto,
al pie de un árbol
leyendo a Benedetti,
dibujando caracolas por los aires,
extrañándote,
extrañándome!
Empecé a olvidarme de tu rostro.
No sé cuánto tiempo hubo de pasar,
cuántas eternidades había de contar
para darme cuenta que había salido
de mi casa
para no volver.